En una era dominada por ritmos electrónicos y letras vacías, donde la música parece estar diseñada más para romper bocinas que corazones, un hombre decidió nadar contra la corriente y devolverle la vida a los clásicos del romanticismo: Luis Miguel. En agosto de 1994, cuando el mundo parecía haber olvidado los boleros que hicieron suspirar a generaciones pasadas, «El Sol de México» lanzó su álbum «Segundo Romance» y, en un giro inesperado, lo convirtió en un éxito monumental.
Con la ayuda de leyendas como Armando Manzanero, Juan Carlos Calderón y Kiko Cibrian, Luis Miguel transformó lo que muchos consideraban «música de abuelitos» en un fenómeno mundial. En solo dos días, el álbum vendió un millón de copias, y en México, el cantante se hizo con cinco discos de platino, colocando una vez más su nombre en lo más alto de las listas de popularidad.
Pero, ¿qué hizo que «Segundo Romance» se destacara? ¿Por qué, en un mundo obsesionado con lo nuevo, Luis Miguel logró que el pasado fuera nuevamente relevante? La respuesta está en su fórmula ganadora: una mezcla de su inconfundible voz, los arreglos magistrales de Manzanero y la reimaginación de clásicos inmortales como «El día que me quieras» y «La media vuelta». Este álbum no solo le valió un Grammy a Mejor Álbum de Pop Latino, sino que también se convirtió en una declaración: la música de calidad no tiene fecha de caducidad.
A 30 años de su lanzamiento, «Segundo Romance» sigue siendo una joya del catálogo de Luis Miguel y un recordatorio de que, en un mundo donde lo desechable es la norma, el verdadero arte perdura.